domingo, 2 de mayo de 2010

Línea 42. Un recorrido del quince

No tenía mucha seguridad de levantarme hoy temprano puesto que ayer me acosté sobre las 2 de la madrugada. Una muy agradable velada en compañía de mi primo Manolo, la Pili -y Patricia- viendo las reformas de su casa y degustando "brazo de gitano", orujo buenísimo y las delicias de La Almozara, en sus bares, fue la causante del retraso en mi hora habitual de irme a dormir. Sin embargo la mente alberga insondables misterios pues sobre las ocho menos cuarto alguna neurona o grupo de ellas encargadas del área cerebral de la responsabilidad han realizado diligentes su trabajo y han hecho que me despertara.

Así es que ya tenemos preparado el cuadro de este domingo: somnoliento, micciono, me afeito, me pongo crema para el sol, bajo a vestirme y me visto, subo y me como un plátano y una naranja y me proveo de una manzana para mi nueva cita dominical.

Salgo de casa a las 8:51 y enseguida me llaman la atención las naves semiderruidas de Marqués de la Cadena. Decido dedicarles cuatro fotos que ahora, al supervisarlas, me resultan originales. Continúo a buen paso por el puente de la Unión y me cambio de acera (no alarmarse, era para ir por la sombra).

Sigo con mi periplo buscando intencionalmente recorridos novedosos. Decido circular por calles paralelas a San José y descubro nuevas calles y rincones hasta ahora no hollados por mí. Paso por la calle Monasterio de Samos y la cervecería-bar Sol, calle Luis Aula, calle de La Alegría, cafetería Capitán Alatristre, Plaza del Bearn, iglesia evangélica de Filadelfia (al lado del instituto Pablo Gargallo) y a la altura de la calle Melilla el trayecto se vuelve cada vez más empinado y rural hasta el punto que me meto por un sendero sin asfaltar y, si no llega a ser por un chucho que me ladra inopinadamente el canto de un ruiseñor me hubiera trasladado al sotobosque de la ribera del Ebro.

Paso por los restos de lo que en su día fueron viviendas de una planta con sus parcelas y que ahora están derruidas, atravieso un solar abandonado y, finalmente arribo al Canal Imperial donde una concurrida representación del gremio de la pesca se ha dado cita espaciando sus emplazamientos.

Al principio no se muy bien dónde estoy, pero enseguida me oriento: debo desviarme a la derecha para tomar el desangelado puente de hierro de La Paz, cruzar el canal y de nuevo tirar cuesta arriba, esta vez por el parque de la Paz para tratar de dar con la parada del 42 que, intuitivamente sitúo por la calle Oviedo. Sin embargo, ni rastro de la 42, por lo que continúo mi trayecto con la intención de encontrar yo solito la parada sin preguntar a nadie por la calle San Eugenio y calle Cuarta Avenida y de nuevo sin noticias de la parada del bus. Finalmente decido preguntarle a una señora que me encarrila con más acierto a las inmediaciones. Después confirmo la veracidad de la información con un señor que, con más precisión, me indica dónde puedo encontrar mi anhelado bus. Conclusión: he llegado a la parada al tiempo que he disfrutado con la incertidumbre de encontrarla y a sabiendas que preguntando se llega a Roma.

Como no se ve a nadie por la calle hipotetizo que el bus pasa muy de tiempo en tiempo y, consiguientemente decido seguir caminando para buscar el inicio de la parada pero justo cuando ya he resuelto que tomaré el vehículo "au commencement" aparece y tengo que regresar precipitadamente a mi anterior emplazamiento para tomarlo.

Vamos solos los dos en el bus: el conductor y yo pero esta anomalía dura poco porque enseguida empieza el festival de subidas y bajadas de personas anónimas viajando conmigo.

(Continúo con mi relato hoy lunes, día 3 de mayo a las 17:29 de la tarde. El retraso en escribir la crónica debido a obligaciones familiares me va a permitir constatar el porcentaje de pérdida de información que, según las añejas investigaciones de Ebbinghaus podría llegar a ser hasta del 70%. En fin, qué se le va a hacer)

El viaje se desarrolla a buen ritmo pero se me hace larguísimo. El bus da vueltas y más vueltas hasta que por fin se encarrila hacia el Actur. Cuando por fin llegamos a las cercanías del Carrefour ya estoy deseando apearme.

Comienza entonces la segunda parte del periplo dominguero. Me acerco a unos señores para interesarme por la parroquia pero me encaminan hacia la de San Jorge (parroquia de San Andrés) en la que ya estuve cuando viajé en la línea 23. Me acerco hasta la puerta de la iglesia casi con la certeza que ya la había visitado y lo constato. Oh, decepción, tendré que buscar otro templo para que mi objetivo quede cubierto.

Decido entonces visitar la barriada de viviendas sociales donde antiguamente se ubicaba el teatro de títeres "Arbolé" y probar suerte a ver si hay otra nueva iglesia por los alrededores. Esta decisión ha sido muy acertada porque me ha permitido pasearme por una zona de la ciudad por la que no discurro habitualmente. Paseo un rato en paralelo a la autovía A2 o Autovia del Nordeste. Observo los paneles acústicos colocados para -en teoría- proteger a la población residente del rugiente ruido de la autovía. También constato la existencia de dos localizaciones en las que se rompe la "cadena de aislamiento acústico" puesto que son dos oquedades por las que entra el ruido impunemente. Empiezo a compadecerme de la gente con pocos recursos y todavía me compadezco más cuando contemplo una barriada con los bajos de las viviendas o locales sin utilidad comercial, llenos de pintadas. Los "jardines" tampoco dan para muchas alegrías. En fin, me da un poco la impresión de que -intencionalmente- se decidió ubicar en este emplazamiento a gente de bajo poder adquisitivo y también baja capacidad de presión a las autoridades.

Le pregunto a una señora gitana si sabe dónde se ubica la iglesia. Ella me devuelve la pregunta: ¿es para llevar ropa? como indicándome que a ella le vendría bien. Cuando le digo que es para oír misa se desentiende rápidamente. Luego a una señora mayor que, por aquello de la edad, intuyo sabrá algo de templos. Me indica algo crípticamente que cerca de la residencia de ancianos cree que hay una iglesia. Como no se donde se ubica dicha residencia continúo mi excursión hasta que veo un edificio con pintas de ser templo. Oh, decepción de nuevo, es un templo pero Adventista.

Empiezo a pensar que a la jerarquía católica no le interesan mucho los pobres de este barrio y que los adventistas (aleluyas entre los gitanos) han tomado esta parte menos sabrosa del pastel. Dejo atrás la iglesia y a lo lejos contemplo unas sillas de inválidos ocupadas por gente mayor. "Esa será la residencia" y me encamino hacia ella. Por el camino me topo con una señora que pasea un perrito y le inquiero sobre la iglesia. Negando la mayor, me dice que por allí no hay iglesia católica alguna y que la más cercana la tengo a bastante distancia, cerca del parque del Respeto (curioso nombre) para lo cual deberé atravesar Pablo Picasso. Resignado, me encarrilo hacia esa Avenida y continúo mi indagación. El caso es que después de mucho andar y andar, descubro finalmente la iglesia del Espíritu Santo que forma parte de la parroquia de San Andrés en la Calle Emilia Pardo Bazán, 27. Gozoso por mi buena fortuna me dirijo presuroso a los carteles indicadores de los horarios de misas. ¡Vaya! son las 11:15 y la celebración comenzaba a las 11:00 ¿qué hacer? ya que la siguiente (misa) comienza a las 12:30. Decido meterme aunque sea un poco tarde y me encuentro ya con el sermón. En el mismo instante en el que me siento, descubro que he metido la gamba por el tono monocorde del cura, la propia rapidez de la decisión y el deseo de seguir el ritual de visitas anteriores pasando por el bar antes de acudir a la iglesia. Todo ello da como resultado que me ponga en pie y abandone precipitadamente el templo.

Ahora son las 11:20 y dispongo de una horaza para dedicarla a lo que me plazca así es que primero buscaré una cafetería con "charme" o, como decía Belarra, que me "coinvolga" (pronúnciese "coinvolya", del verbo italiano "coinvolgere"), es decir que me implique, que me involucre. La tarea no es fácil porque la crisis ha vaciado muchos bares y otros los ha "enfeecido" (permítaseme esta expresión).

Vueltas y más vueltas por el entorno de Emilia Pardo Bazán y no veo cafeterías con encanto. Finalmente descubro otro "agujero de gusano" como el de la visita del domingo pasado, en la calle Sor Juana de la Cruz, que me trasporta a la calle Gertrudis Gómez de Avellaneda al lado de Grancasa. En ese nuevo universo descubro enseguida varios cafés con abundante afluencia de público y decido entrar a la Chocolatería-creperie-pizzeria "La Trufa". Las dos camareras (intuyo que también dueñas del local) no dan abasto pero atienden amablemente. Se han terminado los croissanes por lo que acepto la sugerencia de una tostada caliente con mantequilla y mermelada además de, por supuesto, mi sagrado café con leche.

Mucho humo en el local. Yo rezando para que aprueben de una vez por todas la prohibición de fumar en los bares y, mientras tanto extendiendo la mitad de la mantequilla (ojo con el colesterol) y toda la mermelada en la tostada. Me la comería al estilo pueblo pero me hago el refinado y la troceo cuidadosamente con el cuchillo y el tenedorcillo. Los dos productos me han sabido a gloria. Creo que el cuerpo ya me pedía glucosa después de tanto andar. También el cerebro, que de nuevo se activa y trata de desentrañar conversaciones más o menos veladas, gestos y movimentos de los clientes del bar.

Pago, voy al baño y abandono "La trufa". No ha habido opción a la lectura de ningún diario por la aglomeración de personal en el establecimiento. Todavía me queda 1/2 hora que decido dedicar a recorrer con tranquilidad las calles aledañas. Tomo fotos aquí y allá de todo lo que me llama la atención y voy haciendo tiempo hasta que empiece la misa. La última visita es para una urbanización cerrada en la calle Emmeline Pankhusrt donde cuatro cipreses estratégicamente plantados configuran el centro de su plaza.

Llego a la iglesia y ya se ven distintos grupillos de gente diversa dispuestos a penetrar en la instalación. Un abundante grupo de sudamericanos me llama la atención. Todos ellos muy bien vestidos y arreglados. Luego me entero que tres niños de esa zona hacen hoy su primera comunión.

En el interior del recinto el panorama habitual: dos fieles más entusiastas afinando sus guitarras mientras niños y mayores forman un lógico barullo hasta que se acomodan. También observo al sacerdote que ya se ha revestido y que hace tiempo hasta que los músicos terminen con sus acordes de ensayo. Entra y sale varias veces -revestido- de la sacristía. Habla con un señor que hay a mi lado. Esas confianzas -pienso yo- le hacen perder autoridad ya que su entrada al comenzar la misa debería ser solemne.

Por fin da comienzo el divino oficio, recordando al público las primeras comuniones de los niños ecuatorianos y continúa con los trámites de siempre: las lecturas, el evangelio y, lo más sabroso, el sermón. Bueno, mejor dicho, debería ser lo más sabroso pues en esta ocasión tampoco ha dado para muchas alegrías. La estrategia del oficiante ha sido darle vueltas y más vueltas a la famosa frase "amaos los unos a los otros como yo os he amado". Para mi gusto, ha jugado a realizar permutaciones, permutaciones con repetición y combinaciones de las palabras que componen la expresión y el resultado final ha sido un discurso aburridísimo y nada convincente ni por el fondo ni por las formas pues de comunicación no verbal tampoco iba muy sobrado. Deseando que terminara cuanto antes el suplicio dialéctico, he aguantado pacientemente el chaparrón de frases rebuscadas y lugares comunes. Para más inri, el sermón lo ha terminado abruptamente haciendo caso omiso a la regla de oro: introducción, nudo y desenlace. Como revancha yo también me he levantado abruptamente y he dejado atrás el templo por el cual no creo que vuelva a pasar más.

Regreso nuevamente a la calle de Gertrudis y adquiero el País. La señora que me lo vende presenta un semblante lastimero, como algo deprimida pero es amable. Luego me encamino hacia el C1 que llega con mucha rapidez y me trasporta hasta la parada ubicada al comienzo del Puente de la Unión. En el bus me encuentro con Serafín y su esposa, compañeros del colegio Cortes de Aragón cuando yo pertenecía al Equipo Psicopedagógico que visitaba ese centro. Ya están jubilados y disfrutan de su tiempo libre. Van a visitar a un primo que vive en mi urbanización y les franqueo la entrada al tiempo que continuamos charlando sobre la crisis económica, el desempleo juvenil, etc. Nos despedimos y yo tomo rumbo a mi casita. Llego y la casa está semivacía. Aprovecho para revisar por enésima vez el jardín: las rosas siguen brotando, el hierro ha favorecido a las abelias, las parras siguen creciendo a buen ritmo, las hormigas han iniciado un nuevo ascenso al cerezo, los geranios, agapantos y hemerocálides progresan adecuadamente, el limonero muestra espléndido sus aromáticas flores, las petunias vuelven a brotar, las fresas ya toman color y muchas semillas de albizia han germinado con las últimas lluvias. El trachelospermun a punto de florecer. Recojo varias hojas del suelo en un vano intento de poner orden en este entorno tan cambiante y luego me retiro al interior porque ya ha llegado la representación femenina y hay que dar novedades.

Una nueva y variada mañana de domingo ha sido bien aprovechada. El reto de recorrer todas las líneas de bus sigue en pie. No dejo de sorprenderme por las novedades con que me encuentro. Me lo paso muy bien y eso es más que suficiente.

2 comentarios:

  1. Estaba esperando tu crónica de la linea 42 y por fin ha llegado, mientras tu estabas por la Zalfonada yo estaba por las riberas de mi trozo de Ebro, todas buenas sinfonías, agradables momentos y con buenas vibraciones..

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  2. Me alegro que te gustase mi barrio, Torrero. Yo vivo al lado del colegio Lestonnac, mi casa sale en una de las fotos, voy bastante al Rest. Mesa Puesta, la Parroquia de la Sagrada Familia es mmi parroquia de toda la vida y... conozco al cura, gran persona.
    Slds.

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