La cuestión de la inexistencia de la línea 26 está todavía pendiente de resolución. Llamé a TUZSA pero el empleado que me atendió no resolvió mis dudas. Parece ser que la actual línea 27 era la anterior 26. Para indagar más sobre los motivos del cambio me remitió a la oficina del Caracol. Todavía no he podido cerrar este último capítulo.
Hoy me hacía una ilusión especial realizar el recorrido hasta Peñaflor. Además de visitar un barrio rural y disfrutar de un paisaje rural (siempre tan querido por mí) me vería con mi compañero de trabajo y amigo Basilio y juntos, recorreríamos el barrio deteniéndonos en los parajes más interesantes.
Así es que provisto de nuevo de provisiones, me he lanzado a la calle a las 10:03. Por no ser reiterativo, diré que de nuevo he realizado a pie el recorrido hasta el Paseo Pamplona caminando por la ribera del Ebro. Al igual que el domingo anterior, me han llamado la atención varios ejemplares de palomas torcaces (con más envergadura que las habituales de la plaza del Pilar) que reposaban tranquilamente en unos aylantos ubicados en un solar que da a Marqués de la Cadena.
El recorrido por la ribera no ha aportado impresiones especialmente relevantes. Eso sí. A mí el trayecto siempre me resulta agradable. Todo lo que sea pasear al lado de un río me parece ilusionante.
Sobre las 10:45 llegaba al comienzo de la línea 28 y le he preguntado a una señora pequeñota y regordeta a qué hora estaba prevista la llegada del bus. "Yo creo que estará aquí a las 11 menos cinco". Su pronóstico ha resultado acertado y una vez pagado el billete, el autobús ha arrancado. Eran las 11:03 de la mañana.
El recorrido en su parte urbana se ha ceñido al típico de los autobuses ciudadanos: mucho semáforo, mucha parada, mucho arranque y freno. Cuando hemos abandonado la Avenida de Cataluña y encaminado hacia Montañana, el bus ha iniciado un "trotecillo" que más adelante se ha convertido en "galopada" una vez pasada la factoría de La Montañanesa. Pienso que han disfrutado los dos: el conductor y el vehículo. No todos los autobuses urbanos tienen la dicha de viajar con velocidades largas durante tanto tiempo (he pensado).
Hemos llegado a Peñaflor a las 11:41. El viaje ha durado, por tanto, 38 minutos pero no se me ha hecho pesado en absoluto. La mañana estaba fría y las gentes del pueblo dormitaban o se guarecían en sus domicilios porque no se veía ni un alma por la calle.
Siguiendo las instrucciones de Basilio he buscado la calle que da directamente a la iglesia (la calle de la Cruz o de las cruces) y la he recorrido para comprobar si recordaba la imagen mental de la casa de mi compañero ya que la agenda la tenía "muerta" al no haber recargado la pila y por tanto no podía acceder al dato del nombre y número de la calle.
Todavía otra vuelta en sentido contrario por una calle paralela y, de paso, me he interesado por la hora de la misa, que como ya es habitual comenzaba a las 12:30.
Para hacer un poco de tiempo y seguir con el mismo ritual que en anteriores excursiones, me he metido en el único bar que ya había descubierto anteriormente en otra escapada a Peñaflor: el Bar La Carretera.
Un espeso humo de cigarrillos me ha envuelto nada más entrar al mismo tiempo que de un plumazo observaba: el suelo lleno de papeles y las mesas sin recoger, el bar sin pintar, tres chicas jóvenes con libros escolares hablando a gritos de sus cosas, un señor jugando sin parar en una tragaperras y dos camareras de aspecto latino añorando (creo yo) la calidez de su tierra y las maneras más afables y melosas de sus gentes.
De nuevo El Heraldo estaba prisionero de un señor que disfrutaba pasando página a cámara lenta y me asaltaban las dudas si un Periódico de Aragón que leía otro parroquiano era de su propiedad o de la casa. La cuestión la he resuelto calentando mis manos con la ardiente taza de té y bebiendo a sorbos la infusión mientras miraba distraidamente en la tele el "Canal latino".
He salido de "La Carretera" con la firme decisión de no volver y el empeño en buscar otro bar alternativo para cuando regrese en otra ocasión a Peñaflor y confiando en que el ponderado criterio de mi amigo Basilio me encaminaría hacia un establecimiento con más glamour en posteriores ocasiones.
De nuevo he tomado la calle de La Cruz y cuando he llegado a la casa que yo creía recordar era la de mi compañero, he tocado el timbre.
Me ha salido a recibir su señora que muy amablemente me ha invitado a pasar y, al instante ha bajado Basilio. Juntos hemos estado departiendo un ratillo ya que enseguida les he comunicado que debía cumplir con mi misión de asistir a misa al menos hasta que finalizara la homilía.
Traspasado el umbral de la puerta del templo me he encontrado con un recinto agradable y acogedor. Muy bien decorado, adornado con flores y pintado recientemente. El saborcillo mudéjar de la factura del templo destilaba también en su interior. Los angelotes y santos de los retrablos brillaban después de su restauración. Una cándida paz se respiraba entre los (aproximadamente) cincuenta aistentes a la liturgia. Como siempre, mayoría septagenarios y dos niños y dos niñas ayudando al sacerdote en su celebración.
El cura, desde mi puesto de observación casi al final del templo, se daba un aire a lo Javier Cámara. Su voz era firme y potente y todavía quedaba más resaltada con los cuatro altavoces alargados desplegados estratégicamente en la iglesia, alimentados por un amplificador con algún punto de más de volumen.
La misa se ha desarrollado como siempre. Las lecturas leídas por dos señores bastante piadosos (el primero leía mejor que el segundo) y el evangelio que hablaba de un supuesto cabreo de los judíos en la sinagoga de Nazareth con Jesús ya que al final se hablaba de la posibilidad de despeñarlo por un desfiladero por algunas expresiones o frases que ofendieron a sus conciudadanos. No recordaba este pasaje a pesar de mi extenso pasado como monaguillo en el pueblo.
En la homilía de nuevo se ha producido el "efecto puzzle", es decir, cómo encajar las piezas de las lecturas y acomodarlas a la situación actual. He sacado en limpio una especie de regañina del mosen con sus feligreses porque "al igual que le pasó a Jesús", al principio (el domingo) lo acogen pero luego, durante la semana, se olvidan de él. Conclusión: hay que ser más constantes en la fe y punto pelota.
Como ya viene siendo habitual, de nuevo me he preguntado qué les habrá quedado en claro a los asistentes del mensaje del cura. "Se podría aplicar un cuestionario de evaluación para ver qué contenidos de la homilía han integrado los fieles". De nuevo mi sesgo de profesional de la educación ha salido a relucir.
Aprovechando el cierto grado de confusión que generan los cambios de actividad en la liturgia (en este caso las ofrendas leídas por los niños) me he dirigido a la puerta de atrás y he salido del templo.
De nuevo he pasado por casa Basilio que también me ha presentado a su hija Estela y luego ambos nos hemos dado un garbeo por el pueblo deteniéndonos en los lugares más significados: El casino, otro bar en la Plaza de España, la tienda de los Tortos de Peñaflor (cerrada como todo, en domingo), el Centro Cívico, la panadería, las escuelas, el cuartel de la guardia civil, el balcon de los forasteros.... Todo ello departiendo amigablemente y tratando de muchas y variadas cuestiones.
Era ya la una y media y yo debía partir. Nos hemos despedido y enseguida ha llegado un nuevo 28 que con mucha celeridad me ha trasportado hasta las inmediaciones de la calle Pascuala Perié, ya en mi barrio.
He llegado a casa aterido de frío. La mañana estaba fresca pero en Peñaflor todavía se dejaba sentir más el fresco. Así es que me he colocado con la espalda pegada a un radiador y poco a poco el calorcillo se ha ido transfiriendo a mi cuerpo. Esa agradable sensación unida a las ganas de comer y que la comida ya estaba preparada me ha transportado a la dimensión de las cosas sencillas que se valoran más cuando careces de ellas.
Como siempre, el resto del reportaje fotográfico en: http://picasaweb.google.com/rutaviva2/SinNoticiasDeLosTortosLinea28##
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