domingo, 28 de febrero de 2010

Línea 32. Visita a las Concepcionistas y estupendo paseo por las orillas del Gállego

Hoy la salida ha sido más temprano de lo usual. Eran las 8:01 y ya me encaminaba con paso decidido a correr una nueva aventura dominguera. La mañana estaba calma y muy agradable. En la atmósfera se dejaba transpirar un ambiente sereno y tranquilo. Ni rastro de la "Ciclogénesis explosiva" con la que tanto nos han estado amedrentando en televisión. Muy al contrario, el día prometía abundante sol y temperaturas agradables.

Como en salidas anteriores, ya el sábado había hecho mis planes. Primero realizaría el recorrido dirección Las Delicias hasta el final de línea y después volvería a tomar el 32 para asistir a la misa en la iglesia de Santa Isabel.

He tomado el 32 en la Avenida Cataluña, cerca de donde, anteriormente, tantas veces tomé el mismo autobús pero con otras finalidades (cuando estudiaba magisterio). Cerca también de la calle Carmen Serna (anteriormente Sierra de Alcubierre) donde, desde el año 1973 trabajé en los talleres de Fernando Martín (Distribuidora General de Grafito y productos de importación).

El autobús se ha presentado rápidamente en la parada y ha iniciado un veloz recorrido acompañado de un incesante traqueteo motivado, creo yo, por el desajuste en las puertas y ventanas, producto a su vez del contínuo paso por los socavones de la Avenida Cataluña. De amortiguadores tampoco iba muy bien porque al final del recorrido tenía las posaderas un tanto entumecidas de los saltitos que iba dando de cuando en cuando.

Total, que hemos llegado al barrio de la Bombarda que ya había visitado anteriormente cuando viajé en la línea 22. En esta ocasión, para variar el recorrido, me he dado un paseo por los alrededores del colegio "Camón Aznar" y también he visitado el Centro Deportivo Municipal de las Delicias. He tomado varias fotografías de las piscinas (muy bien acondicionadas) y de unas plantas "pinchosas" que no se cómo se llaman pero que me han llamado la atención. He pasado de refilón por la parroquia del Rocío mientras me preguntaba si todavía seguirían allí los dos simpáticos sacerdotes que oficiaron la misa en mi pasada visita.

Como no tenía más pretensiones, enseguida he vuelto al principio de línea para reanudar el recorrido e ir en dirección a Santa Isabel que es donde debería desempeñar el grueso de mi actividad dominguera. Así lo he hecho y de nuevo con gran celeridad y mucho acompañamiento de ruidos de la más diversa índole y traqueteos de todo tipo, el "bus de los pobres" me ha llevado hasta el Barrio de Santa Isabel.

Nueva toma de fotos al final de la línea en el barrio de la Santa de Portugal y enseguida me he dirigido a una señora que llevaba un carrito de niño para preguntarle por la iglesia del barrio. Como ya intuía, me ha encaminado hacia la plaza Serrano Bergés que es donde está la iglesia. El recorrido hasta mi destino lo he realizado por una calle paralela a la Avenida de Santa Isabel donde sólo perviven algunas de las muchas casas de labranza que en su tiempo abundaban. Todo el terreno se vendió para construir unifamiliares y son muchas las familias que viven allí actualmente.

Una vez en la plaza, he procedido según el protocolo habitual: mirar el horario de misas y planear mis actividades en función del mismo.

La parroquia comprende tres estamentos: la propia iglesia, las concepcionistas y una capilla cuyo nombre no recuerdo. Bueno, en todo caso lo que he sacado en limpio es que a las 10 comenzaba la misa en las concepcionistas. Yo ya sabía que cerca de allí estaba el colegio de La Concepción, así que por una sencilla inferencia lógica he deducido que la misa se realizaría en ese recinto. Hacia allí me he encaminado y una vez localizada la entrada he vuelto a tirar de protocolo: me quedaba un cuarto de hora para tomarme algo antes de entrar en el templo. Enseguida me he decidido por el "Bar de la esquinica" en el que ya había estado anteriormente. También lo podríamos llamar el bar de los galápagos o de las tortugas por la similitud con los quelonios en la lentitud con la que sirven.

Debo decir que en esta ocasión la camarera no me ha ignorado como en visitas anteriores. Eso sí, el servicio al cliente anterior a mí me ha parecido desesperadamente lento. Cuando finalmente me ha llegado el turno he trastabillado un poco y en lugar de pronunciar con precisión "quiero un café con leche y un croissant", me ha salido algo así como "caféconlecheycasán".

Por lo demás, ambas cosas estaban deliciosas y, además con dos periódicos: El País y El Periódico de Aragón a mi disposición. He optado por repasar velozmente el segundo y dejar el primero para adquirirlo y leerlo reposadamente en casa.

Se me han hecho las 10:00 sin enterarme y rápidamente he pagado y me he dirigido al colegio de la Concepción para asistir al santo oficio.

Nada más entrar al templo me he dado cuenta que la jornada de hoy también iba a ser especial. La iglesia estaba en penumbra y llena de fieles y cuando mis ojos se han acomodado al bajo nivel luminoso me he apercibido de que en la parte delantera, separada por una valla de madera, había un grupo de monjas ataviadas con un hábito azul celeste y una toca negra. El conjunto me ha parecido tan impactante que he decidido ponerme en primera fila para contemplar mejor el espectáculo.

Una vez situado en este privilegiado puesto de observación he podido ir procesando, poco a poco lo que allí se guisaba.

Como digo, el grupo de "sores" se componía de un total de 15 monjas muy muy viejas. Una de ellas, emplazada en el primer banco, en silla de ruedas y a dos monjitas muy ancianas y encorvadas situadas delante de mí, les habían puesto unas mantas dobladas en los bancos para formar un altillo mullido y que pudieran seguir así el santo oficio. La tez de todas ellas era blanquísima. Todo el grupo, con sus hábitos y tocas componía un cuadro que más bien parecía la reunión de una logia masónica que otra cosa.

Ha comenzado la misa y ya con las primeras frases del sacerdote he podido realizar otra observación: la comunicación no verbal del cura no encajaba, inicalmente, con el contenido oral que expresaba. El oficiante, aunque joven, destilaba un aire un poco vampiresco y atormentado. Diríase que había pasado mala noche. Sin embargo la cosa se ha ido templando y poco a poco su conducta me ha parecido más normal.

Ha llegado el turno de la lectura de las escrituras y una monjita de voz aflautada ha leído un texto bastante críptico. Después una "seglar" ha leído la siguiente y finalmente el cura ha desbrozado el evangelio que, en esta ocasión, componía un peculiar episodio por el cual Jesús sube a un monte acompañado por varios discípulos y una nube los rodea a todos y se oye la voz de Dios que dice que es su hijo amado y varias cosas más. El episodio de la voz del Señor me ha trasladado a mis años de infancia, siendo monaguillo cuando me imaginaba los hechos que allí se narraban y los adornaba con imágenes y escenas que iba componiendo al hilo de la narración.

De vez en cuando el grupo de "madres" entonaba una canción acompañada al "armonium" por una monja música. El timbre de su voz me ha parecido el de un coro de niñas pequeñas a pesar de la avanzada edad de las participantes.

También he observado el cuidado y mullido tapizado de la parte de arrodillarse del banco de las monjas y el contraste con la madera lisa y lasa del resto de los fieles. "Estas monjitas -he pensado- no dan puntada sin hilo"

A la hora de comulgar he prestado especial atención y he contado las que pasaban a recibir la hostia o que el sacerdote pasaba para dársela. Quizás he sido un poco malpensado creyendo que alguna no comulgaría por supuestas rencillas o pecadillos cometidos; pero no. Las 15 han comulgado con gran devoción.

Llegada la hora de darnos la paz he saludado a una compañera maestra que allí estaba con su marido y sus dos hijos. Al finalizar la misa hemos hecho recuento de los años que hacía que no nos veíamos.... y nos salía la friolera de 11.

Me he entretenido un poco hablando con ella y he perdido ya de vista a las monjas que todavía seguían arrodilladas en sus respectivos puestos de contemplación. Hubiera deseado quedarme para ver cómo acababa la cosa, pero he optado por salir de la iglesia.

Como el día estaba bueno y además iba con el "chute" del café con leche he tomado la decisión de desviarme por la Avenida del Día y luego, caminando, he decidido pasar por un puente peatonal elevado que conduce a la carretera de Movera. He cruzado la carretera y siguiendo la estela de unos jinetes que iban montados a caballo, he llegado a un camino que discurre paralelo a la orilla izquierda del río Gállego. Siguiendo el camino he arribado al reciente puente de madera de Santa Isabel que permite cruzar al nuevo parque de Covasa. He continuado, pues mi recorrido, ahora por la orilla derecha del Gállego y he realizado un magnífico paseo cruzándome de vez en cuando con ciclistas o familias nucleares que también iban disfruntando del día.

Sobre las 11:10 he comprobado que me había llamado mi amigo Javier Cay y no me había enterado de su llamada. Cuando he llegado a la confluencia de la desembocadura de los ríos Gállego y Ebro le he llamado sin poder contactar y posteriormente él se ha puesto en contacto conmigo. Ambos hemos intercambiado unas cordiales frases sobre el discurrir de la mañana de domingo y, posteriormente yo he podido disfrutar con sosiego del maridaje de los dos ríos y de la gran extensión fluvial que componen al fundirse ambos.

He tomado muchas más fotos. Me he dado cuenta que me atraen especialmente los caminos, las veredas, los puentes y los ríos. También las estaciones de tren. Yo creo que estas imágenes las relaciono con el propio devenir de la vida y el curso que van tomando los acontecimientos. Me atraen porque me recuerdan el tránsito, el paso de una etapa a otra, la posibilidad -que siempre está ahí- de reencauzar mi vida por otros derroteros.

He llegado a casa sobre las 12:15. Justo a tiempo para arreglarme un poco y salir con Rosa Mary y los padres de Berta (Juan y Ángeles) a tomar un vermut por el barrio. La sesión se ha prolongado hasta las 14:30 y, apresuradamente, hemos tenido que acudir a un establecimiento de comida precocinada porque el resto de la familia estaba esperando y no había nada preparado.

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