domingo, 21 de marzo de 2010

Recordando tiempos pretéritos. Línea 35

Por la mañana me he despertado con muchas agujetas en las piernas. Las labores jardineras del sábado, casi todo el rato agachado han dado como resultado este efecto lógico aunque indeseable.

Ello no ha sido óbice para encarar la aventura mañanera con renovado ánimo. Es más, la sensación de discreta molestia al caminar me daba la impresión de vivir con más intensidad mi excursión. Es como si esa pequeña mortificación sirviera para eliminar algún que otro imperceptible velo tras el que se esconde la auténtica realidad.

Como el guerrero que todavía se resiente de antiguas heridas he salido de casa a las 8:17 pertrechado con los víveres de costumbre: dos zumosas naranjas, una a cada lado en los bolsillos de mi cazadora-anorak.

El recorrido se ha desarrollado atendiendo a la siguiente pauta:

1º.- Calle Pascuala Perié
2º.- Calle Carmen Serna (Antigua Sierra de Alcubierre)
3º.- Avenida de Marqués de la Cadena (Hasta Hierros Alfonso)

En el cruce de Marqués de la Cadena con San Juan de la Peña me he topado con la primera sorpresa del día: un coche aparecía volcado, ruedas arriba, en el jardincillo que sirve de divisoria entre los dos carriles. Gran aparato de policía y bastantes mirones no han impedido que tomara una foto traicionera aprovechando la "trinchera" de unos contenedores de basura.

No le he concedido más importancia al evento pues no se veían ambulancias ni restos de sangre u otros fluidos orgánicos por el asfalto Dos jovenzanos conversaban amigablemente con los policías esperando -supongo- que llegara la grúa.

Así es que he continuado mi viaje ya que quería tomar el 35 en San Juan de la Peña, dirección Parque Goya. Cerca ya de la parada he recordado que no tenía saldo en la tarjeta del bus ya que, como suele ser habitual, mi hija pequeña me había dado el cambiazo y yo me había quedado con la tarjeta sin saldo. Menos mal que tenía la impresión visual de una papelería cerca de la parada. Allí me he dirigido y la he recargado con 10 €. El señor que me ha atendido, muy formal en su papel de expendedor dominguero de prensa, no me ha prestado mucha atención. El trato ha sido correcto aunque un punto displicente.

He retornado a la parada y, enseguida, ha llegado un novísimo 35 articulado y dotado de una voz sintetizada que iba anunciando la proximidad de las paradas con un acento robótico que me producía risa.

La suspensión, acorde con la juvetud del vehículo también era digna de elogio y muy diferente de anteriores buses. De manera que el viaje me ha resultado placentero y rápido y en un plis plas me he presentado en la urbanización Parque Goya II.

El barrio estaba silencioso y medio adormilado. La supuesta juventud de los residentes -he razonado- les induce a trasnochar el sábado y a remolonear en la cama las mañanas de los domingos. Así es que he recorrido las tranquilas calles tomando una foto aquí y otra allá para dejar constancia de mi visita. A una señora que paseaba su perro le he preguntado por la parroquia del barrio y me ha contestado que no tenía constancia de ninguna construcción eclesial por las cercanías y que si quería oír misa, tendría que desplazarme hasta el colegio de Cristo Rey que era la delegación más cercana del "más allá".

Los prunus pisardis (ciruelos japoneses) abundan en el barrio y mostraban esplendorosos sus blanquirosadas y olorosas flores. Muchos de ellos han merecido mi atención y han quedado inmortalizados y "pixelizados" con mi cámara. También he tomado varias fotos al colegio "Agustina de Aragón". En fin, que he cumplido con mi autoasignado cometido de reportero dominguero por las calles de Parque Goya II.

He retornado por la calle La Fragua hasta el comienzo de línea y de nuevo he subido al bus para -ahora sí- realizar el recorrido completo.

De este segundo viaje, reseñar tres jóvenes que han subido en la confluencia de San Juan de la Peña con Salvador Allende. Todos iban conectados con su mundo particular a través de pequeños auriculares integrados en sus orejas. Han merecido un momento mi atención ya que enseguida he pensado en las grandes diferencias en nuestro "ser y estar" en el mundo entre unos y otros. Yo, personalmente, no concibo la posibilidad de caminar y, al mismo tiempo, ir escuchando canciones o noticias. Prefiero disfrutar del amplio menú que ofrece lo cotidiano. Creo, incluso, que hay muchos platos que para degustarlos con fruición se necesita un plus de atención, concentración y curiosidad, aspectos, todos ellos, incompatibles con la conexión orejera al walkman.

Así que en 30 minutos hemos llegado a la Plaza Emperador Carlos V que constituye el final del trayecto. Rápidamente me he puesto en marcha y preguntado a un señor por la parroquia más próxima. Me ha señalado tres posibilidades: San Braulio en Corona de Aragón, Santa Mónica en la Romareda o -posibilidad remota- el convento de las monjas franciscanas ubicado frente al IES "Miguel Catalán". Me he decantado por intentar este último destino aunque enseguida he podido comprobar que la puerta estaba cerrada y nada invitaba a entrar para, supuestamente, escuchar misa. He tomado una apresurada foto de la entrada al convento al mismo tiempo que me decidía por Santa Mónica recordando que allí, precisamente, fue donde me casé en junio de 1986 (hace 24 años)

Enseguida he llegado a las inmediaciones del templo y, de nuevo, me ha cautivado su original factura. La redonda cúpula sigue destacando cual ovni a punto de aterrizar y todo el conjunto sobrio pero señorial cumpliendo con su misión de acoger las acomodadas almas del barrio de La Romareda.

Sorteando dos pobres apostados a la entrada, he comprobado que la celebración eucarística tenía lugar a las 9, 11, 12, 13 y 19:20. Como se ve, un horario amplísimo que cubre todas las necesidades de la grey.

He decidido asistir a la misa de las 11:00. Eran las 10:10 y disponía de tiempo. Así es que lo dedicaría a merodear por la zona.

La primera iniciativa ha consistido en comprar una "reja" de hojaldre, cabello de ángel y piñones en la pastelería-bombonería Filmir. El extraño nombre del establecimiento no tenía nada que ver con la exquisitez de sus productos. Luego he dado un paseo por las cercanías del colegio "Doctor Azúa" donde hice mis prácticas de magisterio allá por la primavera del año 1980 (hace 30 años). También se ubican por las inmediaciones los colegios Cesar Augusto y Eliseo Godoy.

Ha llegado la ansiada hora del café con leche y he elegido el café-bar La terraza en la calle Condes de Aragón. Ya se habían terminado los croissanes y me he tenido que contentar con dos churros. Afortunadamente hoy ha habido premio. Al terminar mi segundo churro, un señor ha dejado libre El Periódico de Aragón y lo he podido degustar cual otro manjar servido en mi mesa.

Después de un repaso a fondo del rotativo, he abonado (1,80 €) y ya me he encaminado hacia la iglesia. El templo dispone de dos entradas, ambas custodiadas por una selecta representación de mendigos pidiendo limosna con un vasito de plástico.

El interior del santo edificio me ha seguido pareciendo espléndido. Amplio y bien iluminado, la bóveda central (la del platillo volante) le confiere una altitud excelsa digna de su elevado fin.

Una señora (como ya suele ser habitual) había tomado el rol de directora de coro y se encargaba de mostrar a los feligreses la entonación de las canciones que iban a desgranarse en los distintos apartados de la liturgia. Sólo se la oía a ella ya que los parroquianos (en su mayoría ancianos) no parecían estar para muchas canciones. He contado, por encima, unas 200 almas asistiendo al divino oficio.

Han hecho su salida los sacerdotes, ambos maduros, el oficiante más joven que el otro y ha dado comienzo la misa. Las lecturas e invocaciones han ido desfilando sin hacer especial mella en mi mente. Sólo la lectura del evangelio que trataba sobre la mujer adúltera y el conato de apedreamiento evitado por Jesús "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra" han conseguido sacarme de mis reflexiones distantes varios eones de las preocupaciones de los presbíteros.

Delante de mí tenía una señora que destilaba un fortísimo olor a "Azur" de Puig. Ese olor me ha transportado por un momento a tiempos y situaciones juveniles pero finalmente la rememoración ha quedado muy desdibujada debido al paradójico contraste de la señora mayor, la iglesia, los curas y mis libidinosos recuerdos.

El sermón ha venido a continuación. Bien predicado y estructurado. El sacerdote poseía una voz grave y aterciopelada y ha sabido hilvanarlo correctamente. Ha tocado todos los pitos: referencias a las sagradas escrituras, al episodio del intento de apedreamiento, al día del seminario, a la -supuesta- campaña de la prensa contra la iglesia. Su discurso ponderado reconocía los errores de la iglesia (por los casos de pederastia) de una forma suave y comedida como convenía a la situación y al público asistente.

Por lo demás, ya vengo comprobando que mi imaginación se estimula en los templos y durante un tiempo el hilo de mi pensamiento ha acompañado a la adúltera: ¿Por qué cometería tal falta sabiendo que estaba tan gravemente penada? ¿Qué pasión le arrastró a lanzarse a los brazos de su amado? ¿Quién la descubrió? ¿Quién la delató?

Terminada la homilía he salido presuroso. He dejado atrás el empalagoso Azur y a la comitiva oficiante y sus acólitos. El día lucía esplendoroso. El chute de café con leche habia hecho efecto y, sin pensarlo mucho, he decidido volver a pie hasta la parada del 39 en el Coso.

En mi recorrido pedestre me he topado con varios acontecimientos:

- Una entrega de medallas a los socios que hacían ya 50 años en el centro deportivo y de salud del Real Zaragoza
- El anuncio de una feria de tiendas virtuales el día 24 de marzo
- Un rastrillo en la Plaza de San Francisco en el que se dan cita los numismáticos, los filatélicos y los minerálogos.
- Las obras del tranvía
- Las obras del Río Huerva, en Gran Vía que van muy adelantadas
- Una convocatoria de la Asociación española del sueño celebrando su día internacional
- Otra convocatoria -en la Plaza España- apoyando la autonomía Zapatista (México)

He adquirido El País en un quiosco del Coso y luego he continuado caminando hasta la parada del 39. Ha tardado unos 6 minutos en llegar, pero luego me ha trasladado con celeridad hasta la calle Balbino Orensanz donde me he apeado.

De nuevo he llegado a casa con la sensación del deber cumplido. De nuevo, también el ritual de siempre: saludar a la familia e interesarme por cómo había discurrido la mañana en casa. Después de estos preliminares y continuando con el ritual me he encaminado al baño donde he atacado a fondo El País. Disfrutar de la vida es disfrutar de estas pequeñas cosas. La suma de todas ellas va configurando un estado emocional positivo que ayuda enormemente a superar el complejo discurrir de nuestro día a día.

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